Não adianta olhar para o lado e passar à frente. O Che vive e, por mais morto que esteja, insiste em confrontar-nos. Não a sua alma errante, obviamente, mas a sua imagem lembrada, evocada, manuseada, maquilhada. A suprema cosmética conseguiu-a em 1997 Fidel Castro, ao decidir – como acaba de provar a reportagem «Operación Che. Historia de una mentira de Estado», publicada num número especial da revista Letras Libres por Maite Rico e Bertand de la Grange – o enorme embuste que foi a exumação do seu cadáver (sem testes de ADN) e a deposição dos supostos restos mortais, em cerimónia apoteótica, num mausoléu em Havana voltado para o planeta. Quem no-lo lembra é Mario Vargas Llosa, no artigo «Los huesos del Che», recém-saído no El País, e que sublinha de uma forma transparente, sem marcas de repulsa ou de sedução, alguns dos sentidos tomados pela manipulação contemporânea da memória de Ernesto Guevara de la Serna.
«El Che representa una hermosa ficción, un personaje del que la historia contemporánea está huérfana: el héroe, el justiciero solitario, el idealista, el revolucionario generoso y desprendido que realiza hazañas soberbias y es, al final, abatido, como los santos, por las fuerzas del mal. No importa que los historiadores serios muestren, en trabajos exhaustivos, que el Che Guevara real, de carne y hueso, estaba muy lejos de ser ese dechado de virtudes milicianas y éticas. Que fue valiente, sí, pero también sanguinario, capaz de fusilar a decenas de personas sin el menor escrúpulo, y que, desde el punto de vista militar, sus fracasos y errores fueron bastante más numerosos que sus éxitos. Es verdad que era consecuente con sus ideas, sobrio y austero, incapaz de las payasadas y dobleces de los politicastros profesionales. Pero, también, que la violencia y eso que Freud llamó ‘la pulsión de muerte’ lo atraían y guiaron su conducta tanto como su pasión por la aventura y la revolución.»
O pior que podemos fazer, nas tentativas de traçar abordagens compreensivas dos personagens que marcam a História, é desumanizá-los, transformá-los em símbolos, confundi-los com deuses ou com heróis. Pois apenas estes são perfeitos. Nas nossas cabeças, claro.