É este o título da crónica de Antonio Muñoz Molina transportada no Babelia desta semana. Nela se aborda o panorama devastador, para quem ama os livros e gosta de flanar pelas livrarias, observado em cada aproximação a um desses coloridos e iluminados, frios e inóspitos, espaços-depósito que as grandes cadeias distribuem hoje pelas cidades. O texto de Molina pode ser lido aqui na íntegra, e dele se copia um fragmento.
No hay amor a los libros, no hay una inteligencia detrás de su disposición: tan sólo un amontonamiento desganado de los dos o tres éxitos masivos de la temporada, apilados como mercancías al por mayor, si acaso en compañía de algún cartel promocional. Nadie va a descubrir nada ni a llevarse ninguna sorpresa mirando ese escaparate: parece que se aspira a ofrecer un producto de venta tan garantizada como la hamburguesa de un McDonald’s. Claro que un libro, entre otras cosas, también es una mercancía, y que un librero es un comerciante honorable que aspira, como todo el mundo, a ganarse la vida con su trabajo, y a que éste sea, a ser posible, como quería Juan Ramón Jiménez, un trabajo gustoso. Pero en esos escaparates se ve que no ha existido ni trabajo gustoso ni amor por los libros, ni siquiera la sensibilidad plástica que hace tan atractivas las caminatas por la ciudad.